viernes, 2 de octubre de 2009


BENDITA INOCENCIA

Mora no era tacaña de besos… el problema es que se acababan y ella no los quería desperdiciar.
Cuando pequeña se enteró en una charla que uno nace con cierta cantidad de besos y que por ese motivo no era cuestión de andar regalándolos porque sí.

-¿Estás segura Anita? ¿Quién te lo dijo tu mamá?-
-¡No, mamá no! Me lo dijo mi hermana, le pedí un beso y me contestó que no lo iba a desperdiciar conmigo. Y eso es porque lo tenemos contados ¡¿Me entendés?!-
-¿Y cuantos besos tenemos para dar?-
-¡Qué se yo, como diez mil!-
-¿Y para cuantos días te alcanza?-
- Depende de cuantos des por día. Por eso te digo, hay que cuidarlos, yo por ejemplo no le doy a nadie, cuando viene mi abuela y me dice “¡Venga mi chiquita, venga dele un besito a su abuelita!” Finjo, pego mi mejilla a la de ella y ya está, como es sorda no se entera si hice ruidito o no-
- ¿Y para que lo guardás?-
-¡¿Cómo para qué?! Para cuando tenga novio ¡Se los regalaré todos a él! –
- Tenés razón, yo los voy a guardar para mis hijos, así si ellos no me los dan a mi y los atesoran para otra cosa ¡Yo sí tendré para ellos!-

Y los años pasaron, Mora creció, se enteró que los besos no vienen contados, pero la costumbre ya la tenía arraigada.
No le faltó ocasión, el amor varias veces quiso entrar en su vida… pero ella no le abrió la puerta, tal vez no se lo permitió su tacañería.
Sin ir más lejos, yo siempre le di la oportunidad: desde que la vi me enamoré. Más de una vez quise pedirle un beso pero tuve miedo a que Mora se negara ¿Por qué los malgastaría conmigo?
Guardé en mi memoria los besos, mejor dicho, la idea de cómo serían, adiviné su aroma transparente, imagine su sabor frío, sus púas cinceladas se encargaron de tatuarme en el recuerdo el color del amor, ¡Eso sí! Toda su actitud siempre me dejo claro que iba a ser difícil poder manifestarle mis emociones hacia ella.
A Mora le pasaron los años y le quedaron sus besos acumulados, la vida no le procuró hijos en quien depositar semejante tesoro.
En cuanto a mi persona, el día que me despedí ocurrió por primera vez el milagro… me incliné en su féretro de roble y me dolieron los labios al tomar contacto con los de ella, olían a transparente y sabían a frio, el frío de pocos amores.
Tantas veces me arrepentí, en parte fue mía la culpa que no fuera desprendida de besos ¡Éramos tan chicas cuando tuvimos esa charla!


SILVIA OLIVER

Este cuento obtuvo 1° mención en el concurso de la Municipalidad de Lanús.

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